Una crónica lateral sobre la tragedia de Cromañón

 

Una crónica lateral sobre la tragedia de Cromañón


Clarín, 2 de enero de 2005

 

Pablo Calvo
pcalvo@clarin.com

 
    Como las estrellas que andan de a tres, Lucía, Cecilia y Daiana iban por la vida siempre pegaditas. Juntas a pasear por Isidro Casanova, juntas a comprar pantalones rockeros en Morón. Juntas para mimar a sus padres, Margarita y Raúl. Y juntas para hablar de novios y chicos lindos del barrio Atalaya. Juntas decidieron ir al recital de Callejeros. Y juntas ya no pudieron seguir.Las hermanas Noboa se miraron por última vez antes de la segunda canción. Lucía, de 21 años, estaba abajo, más cerca de la salida. Se aferró a Martín, con quien hace poco había empezado a salir. Una insignificante historia de amor, que en segundos se haría gigante. 


    Bengala, incendio, humo, oscuridad, desesperación. Ella cayó al piso, se soltaron las manos. La pisotearon, la pasaron por encima. Perdió las zapatillas y la hebilla del pelo. Se cortó un pie. Un bombero la rescató y pudo salir, pero Martín seguía adentro. Pensó en Cecilia y Daiana, que estaban en el primer piso, antes con mejor vista al escenario, ahora con menos chances de escapar. Respiró un poco, se ahogaba, tomó coraje, se zambulló otra vez en la oscuridad. Encontró a su novio. “Vamos, vamos”. Y salieron.


    Lucía y Martín vomitaban un líquido negro, del humo que tragaron. Llamaron por celular al papá de él. “Estamos bien, pero adentro están las chicas”. No estaban bien, tenían un principio de asfixia. Una ambulancia los quiso cargar, se resistieron. Pero se ahogaban. Aceptaron oxígeno. Y aceptaron la ambulancia, porque el padre de Martín no llegaba. Terminaron en el Fernández.


    Daiana murió asfixiada. Hasta anoche, los padres seguían haciendo trámites para obtener su cuerpo y poder enterrarla. Tenía 15 años, era la estrella menor. “Siento culpa, yo le compré la entrada, me salió diez pesos. Me había privado de cosas que necesitaba para poder invitarla. Era la primera vez que ella venía a un recital de Callejeros y era el día en que iba a conocer a Martín. ¡Cómo me duele! ¡Cómo la quería!”. El relato de Lucía a Clarín se entrecorta por las lágrimas y la tos.

 
    —¿Y Cecilia? ¿Dónde está Cecilia?, preguntaba un tío en el Centro de Gestión y Participación de la calle Junín, el viernes a la madrugada. Lo acompañaban dos primos de Pompeya, que tenían auto. Cecilia no estaba por ningún lado. Ni en los hospitales afectados a la emergencia ni en la morgue. Le dijeron que tenían que tener paciencia. “Entiendo, sé lo está pensando, pero tenga fe, puede que esté inconsciente, siempre puede ocurrir un milagro”, lo alentó uno de los voluntarios, que a esa hora, las primeras del año, cenaba sándwiches de pan lactal acercados por un vecino.


    A las 3.10 sonó el teléfono en la casa de los Noboa:


    —Por la descripción, puede ser ella— avisó una persona.


    Cecilia, de 18 años, tenía marcas de una operación coronaria, por un soplo, y un antojo en un brazo. “Fuimos, aunque no nos queríamos hacer ilusiones”, dijo Lucía. Pero era Cecilia nomás. Estaba en el Sardá, establecimiento que no estaba entre los destinos de derivación de víctimas. Es una maternidad. Cecilia había vuelto a nacer.

 

La crónica. Rasgos iniciales.

 

 

La crónica. Rasgos iniciales.

 

  La crónica, suele decirse, es el más literario de los géneros periodísticos. En principio la asociación con lo literario da idea de una gran cantidad de recursos, tonos y formatos posibles. La crónica dispone de variadas herramientas y estrategias para dar cuenta de un hecho o de una serie de hechos, para contar “qué pasó” o “qué pasa”. Es, sobre todo, un relato con la posibilidad de contener un análisis valorativo de los hechos, sin perder de vista en qué y cómo ha de enfocarse (su tema central, sus temas secundarios), ni en sus otros elementos informativos fundamentales, las coordenadas del dónde y el cuándo, los protagonistas (quién/quiénes), los por qué y para qué. Sin la rigidez de la noticia, la crónica también da cuenta de las respuestas a las preguntas básicas, aunque dispone de  plasticidad para hacerlo.

  La opinión del cronista, en estas prácticas iniciales del género, no ha de ser explícita; su mirada se infiere por el modo en que narrará los hechos, en cómo los jerarquizará e interpretará, en las relaciones que establezca (entre la secuencia de hechos a la que asiste, o con sus antecedentes o proyecciones), en los comentarios, en la adjetivación, en el recorte de las citas. El cronista asiste a los hechos, está en el lugar, y sus sentidos han de estar atentos para pescar, registrar, investigar, decodificar materiales apropiados para el texto que escribirá. Un texto que buscará atraer/llegar al lector.

  Y en esa búsqueda juega un papel protagónico el comienzo de la crónica, al que se lo llama también “entrada” o “cabeza”, que ha de estar especialmente trabajado para enganchar: alguna frase atractiva, alguna definición sólida, una escena significativa, alguna paradoja o contraste, siempre en función del suceso al que asistimos, del foco de la crónica. La entrada/cabeza es la primera de las tres partes que, tradicionalmente, componen un relato; la segunda es el desarrollo, donde secuencia por secuencia va desplegándose la mayor parte de nuestros materiales; la tercera es el remate, que juega el papel de cerrar/concluir la crónica. A diferencia de la noticia, cuyo formato de pirámide invertida lleva a una suerte de “desinfle” del texto, la crónica le da mucho relieve a su desenlace. Mientras sopesamos o inventariamos nuestros materiales acaso aparezca ya la idea: “Esto puede funcionar para el final”. Alguna frase específica, alguna escena. Como en los relatos, ese final puede que establezca su relación con el comienzo, o con algún pasaje de la crónica.

  Fundamental, para la escritura de cualquier género periodístico, el background. Contexto, historia, perspectivas en relación a lo que asistimos como cronistas. Estar empapados de las temáticas. Se percibe, se mira, se pregunta distinto.

  Curiosidad. Rienda suelta a la.

  Las crónicas ser arman con una combinación de elementos: narración, descripción, comentarios, voces.

  -Los tramos narrativos se dedican especialmente a los hechos que forman parte del proceso, y por eso hacen hincapié en el aspecto temporal del relato. Se utilizan, generalmente, tiempos verbales pretéritos.

  -Las descripciones se detienen sobre objetos y seres sin intervención de temporalidad. De alguna manera tienden a justificar el porqué de los acontecimientos y la psicología de los personajes implicados en ellos. Y además contribuyen a dar idea de la presencia física del cronista en el lugar y/o ante los hechos.

  -Los segmentos comentativos suelen introducirse a través de conectores como “sin embargo”, “aunque”, “además”, que permiten que el paso de la narración al comentario se realice de forma coherente. Esto crea la ilusión de que el cronista redacta la crónica desde el lugar de los hechos y de que está interiorizado desde hace tiempo con la temática sobre la que cuenta. También son frecuentes en la crónica las adjetivaciones, con sus cargas de subjetividad.

  -Las voces provienen de los protagonistas del suceso a cubrir, pero también de personajes secundarios, o de los márgenes. O del pasado. O de un vendedor ambulante que pase por la calle. O de la letra de una canción que suena al cierre de un suceso. En el texto las voces aparecerán de diversas formas, desde el diálogo directo a la cita, estilo directo o indirecto.

 

Hay distintas clasificaciones para las crónicas. Las más tradicionales son las de viajes, las historias de vida, las crónicas históricas y las de guerra. Hay unas denominadas “nota color”, donde se privilegia la descripción y la puesta en escena (pueden ser sobre deportes, marchas políticas, recitales, sesiones parlamentarias, etc). Hay un surtido de rótulos para el género: crónicas urbanas, de animales, de niños, barriales, de interés humano, de interés social, etc.

Cuatro crónicas sobre la Feria del Libro

 



  9 de mayo de 2009 / La Nación

 Título
Piglia defendió el universo de los libros


Cuerpo de nota

Por S. Reinoso

  “Voy a hablarles de la experiencia de la narración, porque todos somos narradores y lo que nos define, son los relatos que nos cuentan". Sencillo y afable, el reconocido escritor argentino Ricardo Piglia tuvo a su cargo la apertura del 2° Encuentro Nacional de Bibliotecarios, que cada dos años se realiza en el contexto de la Feria del Libro. La Sala José Hernández estaba ayer a rebasar y, si bien algunos fatigados bibliotecarios cabecearon un poquito, el discurso de Piglia los entusiasmó.

  Minutos antes, en diálogo con LA NACION, el autor de "El último lector", dijo: "Muchos escritores de mi generación son hijos de la escuela pública y de la biblioteca popular, en la que por ejemplo yo conocí a Roberto Juarroz como director".

  En el actual escenario mundial, en el que Internet es, de algún modo, la Biblioteca de Alejandría del siglo XXI, el lugar de una biblioteca popular tiene un significado insoslayable, que Piglia explica de este modo: "Te ordena ese universo complejo frente al cual uno se siente al principio intimidado. La biblioteca tiene un lugar preponderante, incluso en la ficción. Integra las tradiciones que mantienen viva la cultura".

  A la luz de las nuevas tecnologías aplicadas al libro, que invaden ya los seminarios en todas las ferias de libros del mundo, Piglia puso de relieve: "Las bibliotecas y los libros no serán borrados En todo caso serán estetizados, como pasó con el cine cuando llegó la TV. Sigo valorando esos modos de socialización que son visitar una librería o una biblioteca. Porque necesitamos una cultura que nos haga salir de casa y circular".

  Al hablar sobre su experiencia entre dos culturas ?la propia y la de adopción en Estados Unidos, en cuya Universidad de Princeton es un profesor influyente- Piglia puso el acento en un aspecto interesante: "Las universidades norteamericanas forman parte de la cultura viva y están muy conectadas con el funcionamiento del sistema cultural. Mi modo de ser no cambia por vivir allá o acá. Lo que uno enseña es un modo de leer".

  Y en un párrafo dedicado a sus lectores dijo: "Tengo la impresión de que afuera o adentro del país, los lectores tienen con mis libros una relación cordial e intensa".


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abril de 2008 / Diario Crítica

Volanta
Las siete vidas de Fernando Peña, de Mariana Mactas

Título
“Me mostró como soy”
 
Bajada
  Con el protagonismo casi excluyente de Fernando Peña, se presentó a sala llena la biografía que escribió la periodista sobre este inclasificable actor y conductor.

Cuerpo de nota

Por M. Martín 
  La Feria como cielo, Fernando Peña como estrella. Minutos antes de las siete de la tarde la multitud sabatina y libresca y ferial fue atravesada por el andar resoluto de este conductor radial, actor, dramaturgo y escritor, entre otros oficios. El artista venía acompañado por una comitiva compuesta aproximadamente así: camarógrafo reculante con potente reflector; chica-cronista de tevé dispuesta a difíciles sacrificios con tal de obtener testimonio; él, muy iluminado; grupo chico de allegados; grupo más grande de admiradores. Total: unos 45. Este cuerpo celeste y su estela atravesaron el hall de la sala Hernández, subieron un piso por escaleras y enseguida se produjo la primera explosión: unos cien fans ya resignados a quedarse afuera vieron al ídolo y, al mismo tiempo, los comunes de la comitiva se encontraron con pétreos guardias de seguridad. Cuando Peña entró a la sala Victoria Ocampo, colmada de afortunados, mayoría de jóvenes, mayoría de mujeres, se produjo el segundo estallido, un grito unísono de bienvenida, un código de complicidad. ¿Qué decían? “¡Puto lindo, puto lindo! –explicó una chica del público-. Es que a él le encanta que le digan así”.

  El sábado se presentó en la Feria Las siete vidas de Fernando Peña, una biografía escrita por Mariana Mactas, periodista de este diario, quien le propuso compartir una semana para registrar su cotidianeidad, investigó y entrevistó a los allegados del artista. Pronto quedó claro que Mactas y Pablo Avelluto, editor de Sudamericana y coordinador de la mesa, no dirían demasiado: el encuentro fue un 91 por ciento Peña. Es lo que fueron a buscar estos fans cargados con filmadoras, cámaras, celulares y otras herramientas aptas para registrar momentos. En ese detalle puede subyacer el cariño, o en el festejo de las ironías filosas, o en las carcajadas ante su desparpajo, o en el asentimiento mudo ante una revelación que pinta feroz, descarnada. “Yo los amo y los odio”, les dijo Peña. Tal vez haya algún punto de masoquismo en estos fans.

  “Divo caprichoso y compulsivo, agresivo, impredecible, quienes trabajan a su lado deben hacer frente a sus cambios de humor, a sus plantones y a sus exigencias –escribe Mactas en su libro-. Es capaz de insultar a gritos a sus colaboradores pero también de cruzar la ciudad en plena noche para llevar a la perra de un amigo angustiado hasta la guardia veterinaria”. “Él, que vende una imagen de libertad absoluta, queda prisionero de su propio personaje”, anota Mactas, que trabajó en este texto becada por la Fundación Nuevo Periodismo. Peña contó que en las versiones previas no había podido pasar de las dos hojas de lectura, que unas horas antes había hojeado bastante el volumen y que entonces se sintió retratado como “un mamarracho muy simpático”. “Hasta hoy tenía una duda, si era un tipo muy agresivo, o si la gente me tomaba en serio o en broma –dijo-. Pero me vi, me mostró cómo soy en mi entorno. Ha reproducido hasta mi manera de hablar. Me dio muchísima risa y le perdí el miedo al libro”.

  Enseguida la estrella Peña tomó velocidad fulgurante y se largó a contar de madre, padre, hermano: “Yo no creo en la familia como estructura”, dijo; contó de los 57 autos que tuvo, del año en el que tuvo 12, del que le duró unas pocas horas, hasta el choque que lo dejó inútil; contó de cómo su coherencia peligra más por el enojo o la tristeza que por su alcoholismo; contó que robó mucho cuando era chico y adolescente, hasta que lo pescaron; contó que los objetivos a alcanzar por la empresa llamada Fernando Peña ya están cumplidos, aunque espera más; contó que la prostitución es una elección. Cuando terminó los fans lo asediaron en busca de un autógrafo, de una palabra cara a cara, de una foto tomada desde cerca. Él firmó libros cinco, siete minutos. Y se fue. Lo seguían.

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Página 12 / martes 16 de mayo de 2006

Volanta
Roberto Fontanarrosa en  la Feria del libro


Título
Senador a nombre del humor

Cuerpo de nota
  “Yo fui convencido de que me iban a nombrar senador, eso fue lo que le comenté a mi vieja en Rosario: ‘Me voy a Buenos Aires para asumir’...”, dijo Roberto Fontanarrosa y el público, las seiscientas personas que fueron a verlo y a escucharlo en la sala José Hernández, se volvió a reír. Así fue a cada rato, al principio con la interpretación que los actores de Aryentains (Daniel Aráoz, Coco Sily, Jean Pierre Noher y Roly Serrano) hicieron de “El rey de la milonga”, y luego con las respuestas que el humorista y narrador les fue dando a sus preguntas, en el marco-excusa de la presentación de su último volumen de cuentos y del Inodoro Pereyra 30. Como viene haciendo desde hace años, y a pesar de que la enfermedad que tiene –una esclerosis múltiple– le complica cada vez más la vida, Fontanarrosa firmó durante cuatro jornadas lo que le acercaran al stand de la editorial De la Flor y protagonizó el viernes pasado uno de los actos más concurridos de la Feria del Libro. “Es rápido”, lo definió Mayte, 18 años, camiseta de Central en mano, y chasqueó los dedos a la altura de su sien, una entre la multitud de lectores que fue a declararle gratitud.

  “Siempre tuve una tendencia a la lectura de las aventuras románticas y soñaba con estar con Sandokán en Mompracén o en Borneo. Lo que nunca soñé fue estar en el Senado”, siguió Fontanarrosa, en referencia a la Mención de Honor Sarmiento con la que lo homenajearon el miércoles 26. “Pero fue lindo –agregó–, y no fue acartonado ni pomposo; porque, precisamente, yo creo que lo contrario del humor es la pomposidad. De todas formas, soy consciente de ser un privilegiado por poder trabajar en algo que me gusta, de poder ganarme la vida con una profesión que siempre fue vocacional, y el premio concreto y permanente es el contacto y el afecto con la gente.”

  -Cuando vuelvas a Rosario, ¿qué le vas a decir a tu mamá?-, preguntó entonces una cuarentona entre el público.
  –Mamá, tu hijo ha triunfado. Es senador de la República.

  Unos momentos antes, sentado en primera fila, Fontanarrosa se divirtió bastante con la puesta teatral del cuento que da nombre a su último libro, con cómo Aráoz le da vida a ese milonguero tinturadependiente que le cuenta al médico que lo operó a traición “de las almorranas”, cómo su padre de 84 años, a quien no veía desde hace 14, se le apareció en la milonga con su novia nueva, la mejor amiga de su ex esposa, muerta hace un par de meses. “Los momentos en que ustedes más se reían eran las partes que agregaron ellos”, dijo Fontanarrosa, amable en el intento de quitarse mérito para cederlo a los actores, y explicó que, como criterio general ante quienes le piden sus textos para hacer obras, les pide lo siguiente: “Que aclaren que es versión libre, y de esa manera puedo decir que todo lo malo es de ellos y todo lo bueno mío”.

  El humorista subió al escenario acompañado por su hijo, Franco, que es músico y vive en Buenos Aires. “Un amigo mío, muy amigo, me decía que él era la versión de Hollywood de una película húngara... La película húngara soy yo”, siguió Fontanarrosa. “Te quiero preguntar cómo hiciste para que mi novio te ame con tanta pasión desde hace veinticinco años”, le preguntó una chica. “Yo, francamente, ante tanto público no quisiera que se genere una situación tirante”, le respondió. “Agradecele a tu novio y dale mi número de teléfono. Hay algo que es la insistencia, mi insistencia... Desde el año ’73 vengo publicando en los medios masivos y eso, para bien o para mal, me hace conocido, o familiar. Siempre digo que prefiero que me tengan cariño y no respeto; el respeto se mezcla siempre un poco con el miedo. A mí me gusta ir por la calle y que me digan qué ashé Negro, o Negrooo. Cuando me dicen ‘maestro’, no... Maestro se le dice, justicieramente, al mozo del bar.” “Maestro”, significativamente, fue la palabra que utilizó repetidamente el vicepresidente Daniel Scioli para referirse a él en el Senado.

  Y así siguió la cosa, con bromas en la mayoría de sus respuestas, que incluyeron teorías como la que supone que la mayoría de las revoluciones latinoamericanas se iniciaron por tipos que de chicos no soportaban que los levantaran tan temprano para ir al colegio, recuerdos de sus comienzos como dibujante y humorista, elogios para la interpretación que Hugo Varela hizo de Inodoro Pereyra, hipótesis acerca de la belleza de las mujeres rosarinas. También contó sobre los resquemores que generó, al principio, su idea de hablar de las malas palabras en el Congreso de la Lengua: “Estuve mucho tiempo pensando qué iba a decir, y al final se me ocurrió eso. Al principio me pedían la temática, y cuando les dije lo de las malas palabras advertí que se producía un silencio del otro lado. Me acuerdo que me escribió Pedro Barcia (el director de la Academia Argentina de Letras) y me dijo ‘bueno, mire, tenga cuidado, porque es un tema un poco delicado’. Él estaba pensando en Jorge Corona, algo que hubiera sido formidable. ‘Yo no quiero escandalizar, ni nada por el estilo’, le dije. ‘Bueno, por qué no nos manda el discurso, como los otros expositores.’ ‘No, porque no lo escribo, yo me hago un ayudamemoria y después lo digo’... Ahí creo que la sospecha fue tremenda para esta pobre gente... Luego me encontraba con madres en la calle que me decían ‘ay, gracias a usted mi hijo ahora putea todo el día...’ Y yo les decía: ‘Mire, señora, no fue mi intención esa... Peguelé’...”


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Página 12, 8 de mayo de 2018

Volanta
La presentación de Adrián Paenza, una cita de honor en cada edición de la Feria

Título
“La matemática no es sólo para la elite”

Bajada
La excusa era presentar el libro Festival matemático, pero en rigor los encuentros con Paenza son siempre un juego compartido al que la gente se presta con gusto: “Uno tiene que aprender a bancarse tener un problema en la cabeza y que no le salga”, señaló.

Por Silvina Friera
Cuando las puertas de la sala Victoria Ocampo se abrieron, unos minutos después de las ocho de la noche del domingo, las personas que esperaban caminaron apresuradas hasta las sillas. La urgencia no era por el legítimo temor a quedarse sin asiento, sino porque querían leer el papel con siete ejercicios matemáticos para resolver y ver las ocho cartas con combinaciones de números del 1 al 255. Muchos tomaron el lápiz y garabatearon números en la hoja; otros conversaban y discutían como si estuvieran intentando alcanzar una solución verbal. La mayoría no esperó a que Adrián Paenza saludara y empezara la presentación de Festival matemático (Sudamericana), “el libro anual”, como lo llama él, un trabajo “anfibio” o “fronterizo” que, por comodidad de las clasificaciones del mercado editorial, será catalogado como un libro para chicos. Nunca puede faltar una pizarra para anotar números, hacer cuentas y construir en conjunto respuestas posibles. La escenografía se completó con dos libros más del autor desplegados sobre la mesa, La matemática del futuro y Matemática maravillosa, y cinco cofres numerados de izquierda a derecha del 1 al 5.

Cada presentación de un libro de Paenza es una clase participativa, una especie de gran festival lúdico, donde se comparten hipótesis y soluciones, dudas y errores. El matemático y periodista recordó que cuando era profesor en la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires para la materia Álgebra preparó unos ejercicios con diferentes consignas. “En una de las prácticas, un docente auxiliar me dijo: ‘Adrián a mí no me sale; somos 64 los docentes y no le sale a nadie. Entonces me fijé y yo tampoco lo podía resolver”, reconoció Paenza. “Pero Carlos Sarraute supuso que tenía que estar en condiciones de hacerlo y lo resolvió. No hay ninguna razón para pensar que estos libros tienen problemas que son más fáciles o más difíciles. Uno tiene que aprender a bancarse tener un problema en la cabeza y que no le salga”.
Convivir con el error no es sencillo. El miedo a equivocarse tal vez sea uno de los fantasmas más significativos contra los que luchan profesores, divulgadores y fanáticos de la matemática. “No hay una única manera de abordar un problema que a uno no le sale. Lo que quiero es exhibir a los vulnerables. El lenguaje corporal dice mucho. Cuando un adulto sabe algo, el chico percibe: ‘vos no entendés, pero yo sí entiendo’. Eso se nota y hay que tener mucho cuidado porque la otra persona se siente menos porque no entiende y entonces no puede encontrar la solución. Los estamos empujando para que no piensen y crean que la matemática está reservada únicamente para una elite. Y eso es lo que combatimos. Me gustaría que todos los que están acá se vayan por lo menos con una idea que cuando vinieron no sabían, que se vayan sabiéndola y con ganas de buscar algo más”, agregó el matemático y periodista.

El juego se inició con una propuesta que no estaba en el papel sobre la manera que hay de reproducir un CD con dos canciones. “Dos”, afirmó una señora entusiasta. Cuando el CD tiene tres canciones, las alternativas son seis. Para cuatro canciones el número asciende a 24. El asunto se complica cuando el CD tiene 10 canciones. “¿Cuántos días tendrá que pasar hasta que no me quede más remedio que repetir un orden en la reproducción de las canciones?”, preguntó Paenza. La calculadora de los teléfonos celulares dio una manito para obtener el resultado de multiplicar 10 x 9, x 8, x 7… y así sucesivamente hasta el número 1. La cantidad de días arrojó un número demasiado grande: 3.628.800. “Es casi diez mil años; la gente se muere”, aclaró Paenza ante las carcajadas del público. Después llegó el turno del juego de las cartas en el que propuso que cada uno eligiera un número del 1 al 255 y que separara las cartas donde aparecía. La primera en pasar al frente fue Camila, quien le dio las cartas en las que estaba el número y lo anotó en la pizarra, de espaldas al autor de Matemática... ¿estás ahí?, el primer libro de la saga de divulgación, publicado en 2005. Paenza, a la manera de un “matemago”, sacó cuentas y en pocos segundos anunció que el número que Camila había elegido era, efectivamente, el 16. “Lo habíamos arreglado antes”, bromeó el matemático y columnista de PáginaI12.

Para jugar con el cofre, subieron Martín y Juan, encargados de guardar una bolsa con monedas en alguno de los cofres numerados del 1 al 5. Si Paenza encontraba el dinero en el cofre, el juego se terminaba. Caso contrario, Martín y Juan cambiarían la bolsa de cofre, pero con una condición: que esté a la derecha o a la izquierda del que estaba antes. El tiempo nunca es suficiente para hacer todos los ejercicios. La hora se pasó volando y muchos se quedaron con las ganas de seguir pensando qué estrategia conviene desarrollar para encontrar el dinero en el cofre. Con cada libro, con cada problema, Paenza celebra “la pasión por divertirse jugando” y demuestra, página tras página, que la matemática es una herramienta sustancial, irremplazable y entretenida.