9 de mayo de 2009 / La Nación
Título
Piglia defendió el universo
de los libros
Cuerpo de nota
Por S. Reinoso
“Voy a hablarles de la experiencia de la
narración, porque todos somos narradores y lo que nos define, son los relatos
que nos cuentan". Sencillo y afable, el reconocido escritor argentino
Ricardo Piglia tuvo a su cargo la apertura del 2° Encuentro Nacional de
Bibliotecarios, que cada dos años se realiza en el contexto de la Feria del
Libro. La Sala José Hernández estaba ayer a rebasar y, si bien algunos
fatigados bibliotecarios cabecearon un poquito, el discurso de Piglia los
entusiasmó.
Minutos antes, en diálogo con LA NACION,
el autor de "El último lector", dijo: "Muchos escritores de mi
generación son hijos de la escuela pública y de la biblioteca popular, en la
que por ejemplo yo conocí a Roberto Juarroz como director".
En el actual escenario mundial, en el que
Internet es, de algún modo, la Biblioteca de Alejandría del siglo XXI, el lugar
de una biblioteca popular tiene un significado insoslayable, que Piglia explica
de este modo: "Te ordena ese universo complejo frente al cual uno se
siente al principio intimidado. La biblioteca tiene un lugar preponderante,
incluso en la ficción. Integra las tradiciones que mantienen viva la
cultura".
A la luz de las nuevas tecnologías
aplicadas al libro, que invaden ya los seminarios en todas las ferias de libros
del mundo, Piglia puso de relieve: "Las bibliotecas y los libros no serán
borrados En todo caso serán estetizados, como pasó con el cine cuando llegó la
TV. Sigo valorando esos modos de socialización que son visitar una librería o
una biblioteca. Porque necesitamos una cultura que nos haga salir de casa y
circular".
Al hablar sobre su experiencia entre dos
culturas ?la propia y la de adopción en Estados Unidos, en cuya Universidad de
Princeton es un profesor influyente- Piglia puso el acento en un aspecto
interesante: "Las universidades norteamericanas forman parte de la cultura
viva y están muy conectadas con el funcionamiento del sistema cultural. Mi modo
de ser no cambia por vivir allá o acá. Lo que uno enseña es un modo de leer".
Y en un párrafo dedicado a sus lectores
dijo: "Tengo la impresión de que afuera o adentro del país, los lectores
tienen con mis libros una relación cordial e intensa".
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abril de 2008 / Diario Crítica
Volanta
Las siete vidas de Fernando Peña, de Mariana Mactas
Título
“Me mostró como soy”
Bajada
Con el protagonismo casi excluyente de Fernando Peña, se presentó a
sala llena la biografía que escribió la periodista sobre este inclasificable
actor y conductor.
Cuerpo de nota
Por M. Martín
La Feria como cielo, Fernando Peña como estrella. Minutos antes de
las siete de la tarde la multitud sabatina y libresca y ferial fue atravesada
por el andar resoluto de este conductor radial, actor, dramaturgo y escritor,
entre otros oficios. El artista venía acompañado por una comitiva compuesta
aproximadamente así: camarógrafo reculante con potente reflector;
chica-cronista de tevé dispuesta a difíciles sacrificios con tal de obtener
testimonio; él, muy iluminado; grupo chico de allegados; grupo más grande de
admiradores. Total: unos 45. Este cuerpo celeste y su estela atravesaron el
hall de la sala Hernández, subieron un piso por escaleras y enseguida se
produjo la primera explosión: unos cien fans ya resignados a quedarse afuera
vieron al ídolo y, al mismo tiempo, los comunes de la comitiva se encontraron
con pétreos guardias de seguridad. Cuando Peña entró a la sala Victoria Ocampo,
colmada de afortunados, mayoría de jóvenes, mayoría de mujeres, se produjo el
segundo estallido, un grito unísono de bienvenida, un código de complicidad.
¿Qué decían? “¡Puto lindo, puto lindo! –explicó una chica del público-. Es que
a él le encanta que le digan así”.
El sábado se presentó en la Feria
Las siete vidas de
Fernando Peña, una biografía escrita por Mariana Mactas, periodista de este
diario, quien le propuso compartir una semana para registrar su cotidianeidad,
investigó y entrevistó a los allegados del artista. Pronto quedó claro que
Mactas y Pablo Avelluto, editor de Sudamericana y coordinador de la mesa, no
dirían demasiado: el encuentro fue un 91 por ciento Peña. Es lo que fueron a
buscar estos fans cargados con filmadoras, cámaras, celulares y otras
herramientas aptas para registrar momentos. En ese detalle puede subyacer el
cariño, o en el festejo de las ironías filosas, o en las carcajadas ante su
desparpajo, o en el asentimiento mudo ante una revelación que pinta feroz,
descarnada. “Yo los amo y los odio”, les dijo Peña. Tal vez haya algún punto de
masoquismo en estos fans.
“Divo caprichoso y compulsivo, agresivo, impredecible, quienes
trabajan a su lado deben hacer frente a sus cambios de humor, a sus plantones y
a sus exigencias –escribe Mactas en su libro-. Es capaz de insultar a gritos a
sus colaboradores pero también de cruzar la ciudad en plena noche para llevar a
la perra de un amigo angustiado hasta la guardia veterinaria”. “Él, que vende una
imagen de libertad absoluta, queda prisionero de su propio personaje”, anota
Mactas, que trabajó en este texto becada por la Fundación Nuevo Periodismo.
Peña contó que en las versiones previas no había podido pasar de las dos hojas
de lectura, que unas horas antes había hojeado bastante el volumen y que
entonces se sintió retratado como “un mamarracho muy simpático”. “Hasta hoy
tenía una duda, si era un tipo muy agresivo, o si la gente me tomaba en serio o
en broma –dijo-. Pero me vi, me mostró cómo soy en mi entorno. Ha reproducido
hasta mi manera de hablar. Me dio muchísima risa y le perdí el miedo al libro”.
Enseguida la estrella Peña tomó velocidad fulgurante y se largó a
contar de madre, padre, hermano: “Yo no creo en la familia como estructura”, dijo;
contó de los 57 autos que tuvo, del año en el que tuvo 12, del que le duró unas
pocas horas, hasta el choque que lo dejó inútil; contó de cómo su coherencia
peligra más por el enojo o la tristeza que por su alcoholismo; contó que robó
mucho cuando era chico y adolescente, hasta que lo pescaron; contó que los
objetivos a alcanzar por la empresa llamada Fernando Peña ya están cumplidos,
aunque espera más; contó que la prostitución es una elección. Cuando terminó
los fans lo asediaron en busca de un autógrafo, de una palabra cara a cara, de
una foto tomada desde cerca. Él firmó libros cinco, siete minutos. Y se fue. Lo
seguían.
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Página 12 / martes 16 de mayo de 2006
Volanta
Roberto Fontanarrosa en la Feria del libro
Título
Senador a nombre del humor
Cuerpo de nota
“Yo fui convencido de que me iban a nombrar senador, eso fue lo que
le comenté a mi vieja en Rosario: ‘Me voy a Buenos Aires para asumir’...”, dijo
Roberto Fontanarrosa y el público, las seiscientas personas que fueron a verlo
y a escucharlo en la sala José Hernández, se volvió a reír. Así fue a cada
rato, al principio con la interpretación que los actores de Aryentains (Daniel
Aráoz, Coco Sily, Jean Pierre Noher y Roly Serrano) hicieron de “El rey de la
milonga”, y luego con las respuestas que el humorista y narrador les fue dando
a sus preguntas, en el marco-excusa de la presentación de su último volumen de
cuentos y del
Inodoro
Pereyra 30. Como viene haciendo desde hace años, y a pesar de que la
enfermedad que tiene –una esclerosis múltiple– le complica cada vez más la
vida, Fontanarrosa firmó durante cuatro jornadas lo que le acercaran al stand
de la editorial De la Flor y protagonizó el viernes pasado uno de los actos más
concurridos de la Feria del Libro. “Es rápido”, lo definió Mayte, 18 años,
camiseta de Central en mano, y chasqueó los dedos a la altura de su sien, una
entre la multitud de lectores que fue a declararle gratitud.
“Siempre tuve una tendencia a la lectura de las aventuras románticas
y soñaba con estar con Sandokán en Mompracén o en Borneo. Lo que nunca soñé fue
estar en el Senado”, siguió Fontanarrosa, en referencia a la Mención de Honor
Sarmiento con la que lo homenajearon el miércoles 26. “Pero fue lindo –agregó–,
y no fue acartonado ni pomposo; porque, precisamente, yo creo que lo contrario
del humor es la pomposidad. De todas formas, soy consciente de ser un
privilegiado por poder trabajar en algo que me gusta, de poder ganarme la vida
con una profesión que siempre fue vocacional, y el premio concreto y permanente
es el contacto y el afecto con la gente.”
-Cuando vuelvas a Rosario, ¿qué le vas a decir a tu mamá?-, preguntó
entonces una cuarentona entre el público.
–Mamá, tu hijo ha triunfado. Es senador de la República.
Unos momentos antes, sentado en primera fila, Fontanarrosa se
divirtió bastante con la puesta teatral del cuento que da nombre a su último
libro, con cómo Aráoz le da vida a ese milonguero tinturadependiente que le
cuenta al médico que lo operó a traición “de las almorranas”, cómo su padre de
84 años, a quien no veía desde hace 14, se le apareció en la milonga con su
novia nueva, la mejor amiga de su ex esposa, muerta hace un par de meses. “Los
momentos en que ustedes más se reían eran las partes que agregaron ellos”, dijo
Fontanarrosa, amable en el intento de quitarse mérito para cederlo a los
actores, y explicó que, como criterio general ante quienes le piden sus textos
para hacer obras, les pide lo siguiente: “Que aclaren que es versión libre, y
de esa manera puedo decir que todo lo malo es de ellos y todo lo bueno mío”.
El humorista subió al escenario acompañado por su hijo, Franco, que
es músico y vive en Buenos Aires. “Un amigo mío, muy amigo, me decía que él era
la versión de Hollywood de una película húngara... La película húngara soy yo”,
siguió Fontanarrosa. “Te quiero preguntar cómo hiciste para que mi novio te ame
con tanta pasión desde hace veinticinco años”, le preguntó una chica. “Yo,
francamente, ante tanto público no quisiera que se genere una situación
tirante”, le respondió. “Agradecele a tu novio y dale mi número de teléfono.
Hay algo que es la insistencia, mi insistencia... Desde el año ’73 vengo
publicando en los medios masivos y eso, para bien o para mal, me hace conocido,
o familiar. Siempre digo que prefiero que me tengan cariño y no respeto; el
respeto se mezcla siempre un poco con el miedo. A mí me gusta ir por la calle y
que me digan
qué
ashé Negro, o
Negrooo.
Cuando me dicen ‘maestro’, no... Maestro se le dice, justicieramente, al mozo
del bar.” “Maestro”, significativamente, fue la palabra que utilizó
repetidamente el vicepresidente Daniel Scioli para referirse a él en el Senado.
Y así siguió la cosa, con bromas en la mayoría de sus respuestas, que
incluyeron teorías como la que supone que la mayoría de las revoluciones latinoamericanas
se iniciaron por tipos que de chicos no soportaban que los levantaran tan
temprano para ir al colegio, recuerdos de sus comienzos como dibujante y
humorista, elogios para la interpretación que Hugo Varela hizo de Inodoro
Pereyra, hipótesis acerca de la belleza de las mujeres rosarinas. También contó sobre los resquemores que
generó, al principio, su idea de hablar de las malas palabras en el Congreso de
la Lengua: “Estuve mucho tiempo pensando qué iba a decir, y al final se me
ocurrió eso. Al principio me pedían la temática, y cuando les dije lo de las
malas palabras advertí que se producía un silencio del otro lado. Me acuerdo
que me escribió Pedro Barcia (el director de la Academia Argentina de Letras) y
me dijo ‘bueno, mire, tenga cuidado, porque es un tema un poco delicado’. Él
estaba pensando en Jorge Corona, algo que hubiera sido formidable. ‘Yo no
quiero escandalizar, ni nada por el estilo’, le dije. ‘Bueno, por qué no nos
manda el discurso, como los otros expositores.’ ‘No, porque no lo escribo, yo
me hago un ayudamemoria y después lo digo’... Ahí creo que la sospecha fue
tremenda para esta pobre gente... Luego me encontraba con madres en la calle
que me decían ‘ay, gracias a usted mi hijo ahora putea todo el día...’ Y yo les
decía: ‘Mire, señora, no fue mi intención esa... Peguelé’...”
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Página 12, 8 de mayo de 2018
Volanta
La presentación de Adrián Paenza, una cita de honor en cada
edición de la Feria
Título
“La matemática no es sólo para la elite”
Bajada
La excusa era presentar el libro Festival matemático, pero
en rigor los encuentros con Paenza son siempre un juego compartido al que la
gente se presta con gusto: “Uno tiene que aprender a bancarse tener un problema
en la cabeza y que no le salga”, señaló.
Por Silvina Friera
Cuando las puertas de la sala Victoria Ocampo se abrieron,
unos minutos después de las ocho de la noche del domingo, las personas que
esperaban caminaron apresuradas hasta las sillas. La urgencia no era por el
legítimo temor a quedarse sin asiento, sino porque querían leer el papel con
siete ejercicios matemáticos para resolver y ver las ocho cartas con
combinaciones de números del 1 al 255. Muchos tomaron el lápiz y garabatearon
números en la hoja; otros conversaban y discutían como si estuvieran intentando
alcanzar una solución verbal. La mayoría no esperó a que Adrián Paenza saludara
y empezara la presentación de Festival
matemático (Sudamericana), “el libro anual”, como lo llama él, un trabajo
“anfibio” o “fronterizo” que, por comodidad de las clasificaciones del mercado
editorial, será catalogado como un libro para chicos. Nunca puede faltar una
pizarra para anotar números, hacer cuentas y construir en conjunto respuestas
posibles. La escenografía se completó con dos libros más del autor desplegados
sobre la mesa, La matemática del futuro y Matemática maravillosa, y cinco
cofres numerados de izquierda a derecha del 1 al 5.
Cada presentación de un libro de Paenza es una clase
participativa, una especie de gran festival lúdico, donde se comparten hipótesis
y soluciones, dudas y errores. El matemático y periodista recordó que cuando
era profesor en la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos
Aires para la materia Álgebra preparó unos ejercicios con diferentes consignas.
“En una de las prácticas, un docente auxiliar me dijo: ‘Adrián a mí no me sale;
somos 64 los docentes y no le sale a nadie. Entonces me fijé y yo tampoco lo
podía resolver”, reconoció Paenza. “Pero Carlos Sarraute supuso que tenía que
estar en condiciones de hacerlo y lo resolvió. No hay ninguna razón para pensar
que estos libros tienen problemas que son más fáciles o más difíciles. Uno
tiene que aprender a bancarse tener un problema en la cabeza y que no le
salga”.
Convivir con el error no es sencillo. El miedo a equivocarse
tal vez sea uno de los fantasmas más significativos contra los que luchan profesores,
divulgadores y fanáticos de la matemática. “No hay una única manera de abordar
un problema que a uno no le sale. Lo que quiero es exhibir a los vulnerables.
El lenguaje corporal dice mucho. Cuando un adulto sabe algo, el chico percibe:
‘vos no entendés, pero yo sí entiendo’. Eso se nota y hay que tener mucho
cuidado porque la otra persona se siente menos porque no entiende y entonces no
puede encontrar la solución. Los estamos empujando para que no piensen y crean
que la matemática está reservada únicamente para una elite. Y eso es lo que
combatimos. Me gustaría que todos los que están acá se vayan por lo menos con
una idea que cuando vinieron no sabían, que se vayan sabiéndola y con ganas de
buscar algo más”, agregó el matemático y periodista.
El juego se inició con una propuesta que no estaba en el
papel sobre la manera que hay de reproducir un CD con dos canciones. “Dos”,
afirmó una señora entusiasta. Cuando el CD tiene tres canciones, las
alternativas son seis. Para cuatro canciones el número asciende a 24. El asunto
se complica cuando el CD tiene 10 canciones. “¿Cuántos días tendrá que pasar
hasta que no me quede más remedio que repetir un orden en la reproducción de
las canciones?”, preguntó Paenza. La calculadora de los teléfonos celulares dio
una manito para obtener el resultado de multiplicar 10 x 9, x 8, x 7… y así
sucesivamente hasta el número 1. La cantidad de días arrojó un número demasiado
grande: 3.628.800. “Es casi diez mil años; la gente se muere”, aclaró Paenza
ante las carcajadas del público. Después llegó el turno del juego de las cartas
en el que propuso que cada uno eligiera un número del 1 al 255 y que separara
las cartas donde aparecía. La primera en pasar al frente fue Camila, quien le
dio las cartas en las que estaba el número y lo anotó en la pizarra, de
espaldas al autor de Matemática... ¿estás
ahí?, el primer libro de la saga de divulgación, publicado en 2005. Paenza,
a la manera de un “matemago”, sacó cuentas y en pocos segundos anunció que el
número que Camila había elegido era, efectivamente, el 16. “Lo habíamos
arreglado antes”, bromeó el matemático y columnista de PáginaI12.
Para jugar con el cofre, subieron Martín y Juan, encargados
de guardar una bolsa con monedas en alguno de los cofres numerados del 1 al 5.
Si Paenza encontraba el dinero en el cofre, el juego se terminaba. Caso
contrario, Martín y Juan cambiarían la bolsa de cofre, pero con una condición:
que esté a la derecha o a la izquierda del que estaba antes. El tiempo nunca es
suficiente para hacer todos los ejercicios. La hora se pasó volando y muchos se
quedaron con las ganas de seguir pensando qué estrategia conviene desarrollar
para encontrar el dinero en el cofre. Con cada libro, con cada problema, Paenza
celebra “la pasión por divertirse jugando” y demuestra, página tras página, que
la matemática es una herramienta sustancial, irremplazable y entretenida.