Los textos que siguen pertenecen a La entrevista periodística,
del periodista Jorge Halperín (1995, Editorial Paidós). Se trata del
comienzo del libro: Introducción, Capítulo 1 y primera parte del
Capítulo 2.
Introducción
La arquitectura de la entrevista
Criticadas como “notas cortadas a los
hachazos”, cuestionadas por la gente de la talla del escritor Milan Kundera que
denunció el fascismo de la pregunta,
las entrevistas (editadas o no como tales) son uno de los insumos fundamentales
del periodismo y los medios. Sobre todo, en esta profesión que está centrada en
los vínculos. Efectivamente, el periodista trabaja con papeles y personas. Todo
lo que no obtiene de su experiencia directa – es decir la mayor parte de lo que
escribe -, lo que no surge de los cables y los despachos, de los otros medios y
de los archivos, sólo lo consigue sobre la base de conversaciones con infinidad
de personas conocidas y anónimas. Por lo tanto, cada día el periodista
entrevista casi tanto como respira.
No sería descabellado calificar la entrevista
como una conversación absurda en la que una persona (pública o no) es
interrogada por un desconocido que le hace muchas veces preguntas íntimas o
comprometidas esperando que él responda con revelaciones que normalmente les
niega, incluso, a muchos de sus conocidos. Y, si se quiere, esta visión también
encaja en la multitud de variantes no periodísticas de la entrevista (el
interrogatorio policial y judicial; la entrevista laboral; la entrevista
psicoanalítica, etcétera).
Por fortuna, más allá de aquel escenario
conspirativo, hay también otra manera de ver el género: a la luz de una
multitud de brillantes ejemplos, es justo describir la entrevista como una nota que trae la vibración de un
personaje, su respiración, sus puntos de vista y su naturaleza.
La realidad de la tarea se ubica en el
inquietante cruce entre aquella dura intrusión y este encuentro lleno de calor
personal.
El diálogo periodístico es también la
oportunidad de tener una fuente única a nuestra disposición, mejor dicho a
disposición de la habilidad que tengamos para construir un vínculo que nos
permita obtener del sujeto toda la información que buscamos, lo voluntario y
también lo involuntario, incluso trabajado con sus medias palabras.
Pero la entrevista es también el fascinante
reino de la pregunta, el ejercicio de la interrogación, el abrir la mente al
sentido último de las cosas. No se trata de que pensemos con Oriana Fallaci que
“las preguntas son más importantes que las respuestas”, sino de reinvindicar el
acto militante de interrogar. Porque no está en juego sólo la pregunta que
desencadena una respuesta, sino también la que remite a nuevas preguntas. Como
lo señala José Ferrater Mora, “La vida humana está enteramente abierta a lo que
se presenta. La vida no es “nada” excepto preguntar sobre sí misma.” Y la
pregunta asume diversas formas. Por ejemplo, filosóficamente, cada uno de los
sentimientos – el temor, el amor, la angustia – es en el fondo de naturaleza
interrogativa.
Preguntar es detener por un instante el mundo
y someterlo a un examen. Desde la inmolación de Sócrates, el gran preguntador,
el tábano de los griegos, hasta nuestros días, las preguntas son socialmente
más incómodas que las respuestas. Pertenecen, claro al campo de lo incierto y, en
consecuencia, es comprensible que puedan desatar cortocircuitos.
Así y todo, la gente vive fascinada por las
preguntas y goza intensamente de las entrevistas, que no están ausentes de
ningún producto periodístico. Lo que no significa que en las redacciones se
reconozca la importancia de este género y se advierta que hay un saber
específico, reglas del buen hacer de la entrevista.
Capítulo 1
El vínculo periodista-entrevistado
La entrevista es la más pública de las
conversaciones privadas. Funciona con las
reglas del diálogo privado (proximidad, intercambio, exposición discursiva con
interrupciones, un tono marcado por la espontaneidad, presencia de lo personal
y atmósfera de intimidad) pero está construida para el ámbito de lo público.
El sujeto entrevistado sabe que se expone a la opinión de la gente. Por otra
parte, no es un diálogo libre con dos sujetos. Es una conversación radial, o
sea centrada en uno de los interlocutores, y en la que uno tiene el derecho de
preguntar y el otro de ser escuchado.
Es indispensable comprender qué clase de
vínculo es éste para examinar los problemas prácticos del trabajo, nuestras
atribuciones y también la clase de responsabilidad ética que asumimos. La relación entre el periodista y su
personaje no es entre pares; es asimétrica. Nuestro sujeto está en el
centro de la escena y nosotros a un costado, facilitando su contacto con los
lectores y oyentes. Por otro lado, su voz
es naturalmente más importante que la nuestra. No importa lo mismo para los
lectores saber lo que piensa nuestro personaje que las ideas que podamos
esbozar nosotros durante el diálogo. En todo caso, nuestras ideas deben ser
inteligentes como disparadoras del
entrevistado y como herramientas para poner a prueba su discurso. Por otro
lado, nuestra subjetividad vale en tanto
pueda aportarle al lector una mejor aproximación, un acercamiento sin
interferencias al sujeto y sus ideas.
Mirando desde otro ángulo, también existe una
asimetría en sentido inverso: por un momento, ese personaje público está a
nuestra disposición para ser guiado, interrumpido, criticado y derivado hacia
distintos temas. Estamos autorizados a cuestionarlo públicamente en su
presencia, a poner en dudas sus declaraciones, a explorar sus dudas y
contradicciones como si alguien nos hubiera investido de una autoridad
representativa.
No somos amigos ni actuamos simplemente como
dos personas que sostienen un encuentro. Está sucediendo algo infinitamente más
complejo: la entrevista periodística es
un intercambio entre dos personas físicas y unas cuantas instituciones que
condicionan subjetivamente la conversación. El entrevistado habla para el
periodista, pero también está pensando en su ambiente, en sus colegas, en el
modo como juzgarán sus declaraciones la gente que influye en su actividad y en
su vida, y el público en general.
En el otro extremo, el periodista trabaja para
un medio concreto cuyas reglas debe tener en cuenta, estructura su diálogo
pensando en los lectores y no es indiferente al juicio de sus pares. Nada más
alejado, entonces, de los encuentros espontáneos. Lo que obliga a desplegar una estrategia cuidadosa que, atendiendo a la
multitud de presiones que operan en el diálogo periodístico, no termine por
frustrar la posibilidad de una rica conversación.
El periodista debe trabajar duro para atenuar
esas tensiones, disminuir la comprensible paranoia de sus entrevistados y
convertirse para ellos en una persona confiable. Manipula sutilmente la
situación cuidando no someter al entrevistado y alterar su comportamiento, y se
previene de las manipulaciones del sujeto. Es inevitable que el entrevistado
despliegue un juego de seducción tratando de disminuir la inquietud o
directamente la sensación de peligro que le plantea el periodista, y conseguir
que éste se lleve la mejor impresión. Por eso también es inevitable que desee
transmitir una imagen de coherencia en todos sus actos e ideas y que, en
consecuencia, nosotros debamos explorar muchas veces en sus contradicciones, en
sus dudas, en las fisuras de su discurso para sacar al verdadero sujeto a la
superficie.
(…)
El periodista escucha al entrevistado, no
trabaja para él sino para un tercero (el medio, el lector), no le presta un
servicio. Pero consigue aumentar o sencillamente consolidar su presencia
pública. El periodista se convierte en el empalme entre lo público y lo privado
para lo cual debe prevenir todos los cortocircuitos.
En cierto modo, su tarea consiste en anestesiar parte de la conciencia de sus
entrevistados –como veremos más adelante, este concepto es opinable, pero es
nuestro juicio- para que pierdan la ansiedad y la angustia que pueden acompañar
al acontecimiento dramático que tiene lugar allí: están formulando declaraciones que serán leídas y escuchadas por miles
de personas. Ahora bien, el periodista sabe que debe suministrar un suave
tranquilizante, no un poderoso somnífero. Es necesario que el entrevistado
consiga relajarse y dialogar sin presiones, no que olvide su responsabilidad por
lo que dice. De lo contrario, podríamos estar traicionando sus confesiones
privadas. Él debe saber perfectamente que está hablando para un medio de
circulación pública. Lo que queremos decir es que no dirá nada trascendente en
estado de paranoia.
En este sentido, podemos exagerar un poco y
decir que el periodista es una suerte de hipnotizador que debe aplicar suaves
dosis de su medicina para que el diálogo se encarrile de manera productiva.
De modo
que si hay un campo donde el entrevistador no puede dejar de desarrollar una
maestría es el de los vínculos. Si no es capaz de
lograr un buen rapport con sus
personajes, es mejor que se dedique a otra especialidad periodística, y aun así
probablemente tendrá dificultades en este oficio.
Capítulo 2
Un abordaje práctico
Esquemáticamente, podemos distinguir los tipos
de entrevistas en sus grandes variantes, según lo que busca el periodista y
según el grado de presencia del entrevistado, desde la forma más personalizada
hasta el anonimato:
-· de personaje,
-· de declaraciones (consultas e
interpelaciones al poder, a políticos, economistas o funcionarios públicos o
privados)
-· de divulgación,
-· informativas,
-· testimoniales,
-· encuestas.
(…)
En todos los tipos de entrevistas hay un juego
de confrontación, pero este juego alcanza su punto máximo en las entrevistas de
personaje y las de declaraciones. En las primeras se da un abordaje a la
intimidad del entrevistado, a su manera de pensar, a sus razones ocultas, sus
debilidades, sus obsesiones y contradicciones. Pero tanto en las de personaje como en las de declaraciones, el diálogo
busca no sólo la cooperación del sujeto –como sucede en las encuestas, las
entrevistas informativas, de divulgación y las testimoniales-, sino que también
debe avanzar en contra de él. Es decir, en aquello que el entrevistado no
muestra voluntariamente o, incluso, desea ocultar. El funcionario o político que
realiza declaraciones es el entrevistado que calcula en forma más consciente el
efecto de cada una de sus palabras y, por lo tanto, el menos espontáneo. Las
tareas de colarse entre sus declaraciones para detectar la verdad y de
descifrar el sentido de cada una de sus frases plantean un desafío enorme para el
periodista. En el caso del personaje, éste vibra en sus momentos fuertes, pero también
en los detalles, en lo cotidiano y en lo excepcional. La entrevista alcanza su
punto de excelencia cuando consigue una aproximación intensa casi hasta transmitir
el aliento del sujeto.
En
general, el periodista y el entrevistado tienen intereses distintos y, a veces,
muy poco convergentes. Por eso, la construcción del diálogo se vuelve un
trabajo elevadamente artesanal. Por la compleja
estrategia y la delicada sensibilidad que demanda durante el encuentro mismo, y
por la enorme importancia que tiene el antes y el después: la cuidadosa
preparación de la entrevista y la tarea crucial de editarla.
El primer paso del “antes” reside en la elección
del entrevistado, que puede estar en manos del periodista o venir ya
determinada por el editor. En cualquiera de las dos formas, el entrevistador
debe actuar como si él lo hubiera elegido, y ser consciente de por qué prefirió
a ese sujeto.
Algunas razones para elegir al entrevistado:
- Porque es un personaje famoso,
- es un personaje curioso,
- es muy representativo de algo,
- es clave en una circunstancia, está ligado a
una noticia,
- es portador de un saber muy valioso,
- por el valor de sus ideas.
El periodista debe ser perfectamente
consciente de las razones por las que ha sido elegido su entrevistado y, muy
especialmente, de lo que espera lograr
con esa conversación:
- Conseguir que haga una revelación inédita,
- Llevarlo a formular una importante denuncia,
- Mostrar un ángulo desconocido del personaje,
- Lograr que el sujeto profundice en algo que
ha llamado la atención de la gente,
- Producir con él una exposición fascinante
sobre un tema de interés público,
- Obtener un retrato completo de su
personalidad,
- Exponerlo como un caso testigo.
En el noventa y nueve por ciento de los casos
recomendamos no lanzarse a una entrevista improvisada. Es decir, agregar
durante la charla todas las preguntas que valgan la pena, pero armar un
cuestionario antes de sentarse con el sujeto. Ahora bien, sólo cuando el
periodista tiene claros los motivos de la elección del personaje y lo que
espera lograr de esa conversación puede dar un rumbo inteligente a su
cuestionario. Entonces sí, con una sólida retaguardia podrá sentarse con toda
naturalidad frente al sujeto, explorarlo en busca de su nota e improvisar todo
lo que sea necesario.
A mi modo de ver, Una sólida retaguardia es
contar con diez buenas preguntas, unos tres o cuatro temas diferentes y un firme
conocimiento del personaje.
El primer problema es definir qué es una buena
pregunta. No existe una clasificación universal, pero entre las virtudes que
puede tener una buena pregunta se cuentan el que sea clara; que provoque
información; que se haga cargo de una demanda colectiva o que exprese las dudas
de la gente si se trata de un personaje público; que sea abierta; que permita
profundizar; que consiga explicaciones; que dé lugar a oposiciones; que busque
lo nuevo; que invite al personaje a usar imágenes y fantasías; que seleccione
lo importante; que piense en lo global y en los detalles; que atraiga
anécdotas.
Hay mil ejemplos de preguntas que son
maravillosas por razones muy diferentes, pero algunos de los valores de una
buena pregunta hay que buscarlos en los factores mencionados más arriba.
Desde luego, hay que usar hasta el cansancio
las famosas 5 “W” inglesas (en nuestro idioma “qué”, “quién”, “por qué”,
“cuándo” y “dónde”) y la “H” de “how” (cómo”). En toda conversación periodística se emplean en un ochenta por ciento
estas preguntas clásicas, que son como una verdadera locomotora que acarrea
información y también consigue precisa detalles, mientras que el resto de la
charla está compuesta de preguntas más elaboradas o específicas.
Las preguntas son portadoras de conjeturas,
hipótesis, inquietudes y perspectivas del mundo. Cuando más ricas sean las
hipótesis que llevamos ante el personaje, más impresionados estaremos de descubrir
cosas que no había expresado en otras entrevistas.
Las preguntas pueden agruparse en bloques de
temas. Los objetivos de una entrevista pueden girar alrededor de un asunto
central, pero suelen traer más de un tema. Así debe ser para que puedan
transmitir la atmósfera de una conversación, pero, sobre todo, porque el
periodista debe tener alternativas cuando el entrevistado no muestra interés o
no tiene nada valioso que decir sobre el primer asunto que le expuso. Es muy
común que durante la charla el personaje esté muy poco inspirado con algún tema
que le proponemos (contesta nuestras preguntas con frases convencionales o
directamente con monosílabos), y, en consecuencia, debamos buscar otros rumbos.
Cuando hemos explorado concienzudamente en su historia y en sus declaraciones,
seguramente encontramos más de un tema que vale la pena tratar con él. Y bien,
la propuesta es que el cuestionario que hemos armado antes de la entrevista
transite por tres o cuatro temas. En ese caso, difícilmente encontremos un sujeto
al cual ninguna de las alternativas inspire.
Hay un factor importante del que dependen los
núcleos de temas y las buenas preguntas: un generoso conocimiento del
personaje, que se obtiene de un trabajo riguroso de archivo. Existe una fuente
complementaria al archivo para investigar sobre el personaje. Las grandes
entrevistas de la revista norteamericana Playboy
y las más recientes del mensuario Vanity
Fair, verdaderas joyitas de investigación, se han hecho con infinidad de
consultas previas a gente que conoce al personaje para construir un verdadero
relato antes de sentarse a dialogar con él. Ésa es una fuete complementaria –desde
luego que no anula la importancia del archivo-, aunque muy pocas veces puede
encararse, por falta de tiempo o de interés del medio en ahondar en la
investigación.
Hay entrevistas que no requieren investigar
previamente al personaje –encuestas, por ejemplo-, pero sí el tema, para poder
diseñar un buen cuestionario. Una dificultad es que hay veces que no hay
información ni bibliografía sobre el personaje o el tema.
Pero la dificultad más común de todas se
plantea en innumerables notas en las que no nos dan tiempo para consultar el
archivo ni construir buenas preguntas ni armar núcleos de temas. Hay que hacer
la entrevista ya mismo. Siempre habrá un tiempo de viaje o de espera del
personaje en el cual se puede diseñar una mínima estrategia. En primer lugar,
tenemos que trabajar alrededor de una cuestión: ¿qué necesita saber el
lector/oyente sobre esta nota? De inmediato, nos ponemos a escarbar con el
equipo básico: las valiosísimas 5 “W”, que nos garantizan, de movida, un buen
caudal de información.
Lo cierto es que una buena retaguardia, lo que
en nuestra jerga llamamos un buen background, es como media nota ya resuelta
(difícilmente una entrevista que parte de una sólida preparación previa resulte
un estruendoso fracaso). Sin embargo, cuando durante la conversación aparecen
vetas inesperadas hay que tirar el equipaje por la ventana y escuchar con los
oídos bien atentos y la mayor flexibilidad.
(…)
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